viernes, 2 de marzo de 2007

Te lo cuento como es...

Bitácora de abordo, viernes 02 de marzo de 2007
Barcelona, una ciudad cosmopolita, despierta a la nocturnidad bajo la luz de una luna, hoy, plena. Esta noche, las modernas candilejas de la urbe, tintan la atmósfera de un inusual naranja áureo y destilan una espesura poco común.

El tráfico, ajeno a las peculiares circunstancias, circula de forma comúnmente acelerada, de aquí para allá, y de allá para acá, según la compleja normativa de circulación.

Los transeúntes, en cambio, parecen tomarse los tiempos con más calma. Caminan despacio, en parejas, grupos o en solitario; pero lentamente. Pareciera que la perspectiva del fin de semana sosegara su actividad. Los más sociables se apiñan en las puertas de bares y centros de recreo. Figuran con desenvoltura y semblante relajado. Algunos padres rezagados acarrean con sus hijos, demasiado jóvenes para andar a estas horas por la calle, en dirección a sus hogares. Los pequeños lucen grandes sonrisas en sus caras y los mayores, conformes a su rol, aparecen complacientes.

Mientras el alumbrado callejero recupera su brillo, las luces del interior de los edificios se apagan, una detrás de la otra. Las sombras reclaman su gobierno.

Un resplandor tardío, un neón perezoso y el reflejo de algún televisor, irrumpen con desvergüenza en la crónica nocturna.

Y así, edificio tras edificio, ventana por ventana... llegamos hasta un pequeño balcón de madera y cristal, que asoma con cierta timidez sobre la calzada de una transitada calle de la parte alta de la ciudad. Tras el balcón, una puerta de cristal; y tras ésta, un sillón, una mesa de estilo clásico y una práctica silla de oficina que dispuestos de manera arbitraria, le conceden a la sala un pequeño reducto de intimidad. En el sobre del escritorio, una pequeña pantalla, un par de altavoces, un mouse inalámbrico, algunos papeles desordenados, pero perfectamente apilados; una gruesa libreta de espiral, repleta de notas, listas, clips y recordatorios... dos líneas de teléfono con sendos aparatos -uno negro y otro blanco-, un calendario de mesa, una taza de café, ya vacía, colocada sobre un viejo posavasos; unos pendientes de aro plateados que cansados de balancearse al antojo de la cabeza han acabado por descansar sobre la mesa, y un teclado, negro y plateado, sobre el que esta citadina joven ejercita a tiempo presente, con soltura y poca vergüenza, sus articulaciones anteriores.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Describiste cualquiera de mis noches desde mi terraza. Solo. La luz del portátil y la pantalla en blanco. A diferencia que mis aros nunca salen de mi oreja ... nunca se sabe, hay que estar en guardia.

un saludo,
adri.