domingo, 7 de junio de 2009

Un domingo cualquiera

Estoy cansada de recogerme en pedazos; de recomponerme a base de celo, de dibujarme sonrisas donde ya no quedan labios. De marcarme las cejas donde no encuentro ojos que quieran mirar de frente. De perfilar contornos que no quieren ser dibujados, de maquillar la desgana. Y estoy cansada del agotamiento, del hastío y de la falta de estímulo. De decorarme el muro con sueños. De la fustración de hacer las cosas a medias. De que me juzguen a la ligera y de aligerar los juicios ajenos. Exhausta de trazar planes que jamás se cumplen. De huir del verano. De sentir el invierno. Estoy harta de todo y de muchos; de la mayoría, aunque no de todos, no de tí.

Me fastidian los ciclistas, las paradas del bicing, los nuevos contenedores que en dos días van a dejar de funcionar. Me fastidia que los domingos estén los súpers cerrados. Que a la vecina le de por practicar guitarra a las 10 de la mañana de un sábado. Y que el niñato de arriba tenga voz de pijo consentido. Y sobretodo me fastidia no tener el tiempo, ni el espíritu, y mucho menos la profesionalidad suficiente como poder captarlo todo con mi cámara y editar una crónica visual de aquello que me revienta.

Detesto el color rosa salmón.

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